11 de junio de 2010

ALMA INQUIETA Y CORAZÓN FELIZ


Cuando Dios me llamó, no me prometio tranquilidad,
no me prometió que resolvería todos mis problemas, no dijo
que con El la vida me sería más fácil,
no me aseguró la felicidad a precios módicos,
no me dijo que solucionaría todos mis embrollos,
no se ofreció en corregir todos mis defectos,
no dijo que aplastaría a todos mis enemigos,
no habló de ahorrarme humillaciones,
no me aseguró que me libraría de las tentaciones,
no me prometió de alejar de mi el dolor y amarguras...
Lo que me dijo fue:
"¡VEN Y SÍGUEME! ¡YO ESTARÉ CONTIGO!"
Por eso no espero que Dios haga por mi lo que yo debo
hacer.
No espero que Dios me recompense con plenitud por
algo que es mi deber realizar.
Soy un siervo inútil.
El Padre recompensa a quién quiere, como quiere y
cuando quiere, y con cuanto quiere.
A mi me encanta servirle.
Sólo espero que Dios me acepte como he sido hasta hoy:
un hombre de alma inquieta, pero de corazón feliz.

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