27 de abril de 2010

SEÑOR QUÉ DIFICIL


Señor, sé que es difícil seguirte como Tú quieres.
Intento una y otra vez comenzar de nuevo
para que todo huela a fresco.
Ventilo cada día las paredes del corazón
para hacerle hueco a tu aliento.
Pero tropiezo con tu Palabra,
cada vez que cierro los ojos esperando magias.
Y sé que no debe ser así, Padre.
Debo abrir mis ojos y extender mis manos.
Porque el milagro debo hacerlo yo.
Minuto a minuto. Gesto a gesto. Con mis manos.
Casi lo único que tengo. Mis pobres y torpes manos.
Estas manos que quieren parecerse a las tuyas
en el esfuerzo y en la pasión.
Dedos que se agarren con fuerza a cada uno de mis sueños.
Arañando hasta el límite de mi fe en Ti.
¡Manos desconsoladas tantas veces!.
Que no quieren ser tuyas a ratos, sino eternamente tuyas.

¡Y que me cuesta tanto!.
Son como aprendices de caricias sobre las lepras de los labios de los hombres.
Dame fuerzas, Señor,
para que mis dedos amen a destajo,
para que mis uñas limpien la tristeza, en al almas rotas,
para que mis puños derriben cualquier conato de injusticia
y para que permanezcan extendidas
acogiendo entre sus palmas a los más necesitados.
Dame aliento, Señor,
para que estas manos puedan ser las tuyas
y nunca jamás vuelvan a tener miedo.
Que sean capaces de decir que SÍ a tu llamada peregrina y loca.
Agotadas de tanto echar al hombro tantos corazones partidos.
Agotadas de dar, voluntariamente, toda la ternura
que es capaz de crear nuestro pobre y humilde silencio.

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