26 de febrero de 2010

Cuántas veces


Cuántas veces he querido hablarte a solas,
y encontrarme contigo, cara a cara;
cuántas veces el ruido me ha aturdido
y me he quedado ante ti sin nada;
cuántas veces los gritos de mi vida
me hicieron sordo a la voz de tu llamada.
Hoy busco un rincón, donde he llegado
ligero de equipaje y sin máscaras;
hoy quiero estar desnudo en tu presencia
y dejar sangrar con dolor mis llagas.
Estoy solo y no quiero más postizos;
sólo ante ti como una inmensa playa.
Ven con tus olas y juega con mi arena,
y lleva mis castillos en tus aguas;
y deja mi playa pura y virgen,
y no tengas miedo de dejarme tus pisadas.
Quiero sentir tus huellas en mi arena
y besar en silencio y paz tus marcas.
Tengo miedo, Señor, a estarme solo
y a escuchar en silencio tu Palabra;
miedo a guardar en este corazón
esa voz silenciosa con que Tú me hablas.
Abre, Señor, el fondo de mi ser,
a esa Luz que viene de tu lámpara.
Déjame, Señor, clavar mis ojos,
en la dulzura y paz de tu mirada;
hablame, oh Dios, al corazón que busca
tu Rostro, y sólo tu Rostro que me haga
salir de mi soledad que no es fecunda
y que deja seca y vacía mi alma.
Quiero encontrarme, oh Dios, conmigo mismo
y conocerme a la luz que tú irradias;
quiero coger mi barro con mis manos,
-ese barro que soy, que sufre y clama—
y ponerlo en tus manos de Alfarero,
y quedarme tranquilo en la obra que hagas.
Oh Dios, ven Tú cuando te busco a solas,
y entra sin llamar, y entra en mi casa;
llena mi corazón con tu presencia,
y estáte junto a mí, que es pura gracia,
tratar contigo, en amistad sincera,
sabiendo que eres Tú el que me amas.
Desierto soy, en soledad inmensa;
soledad sonora que al verte calla;
desierto soy, y en silencio camino,
al ritmo suave de tus blancas alas.
Oh Dios, mi corazón es todo tuyo;
sé Tú mi Todo, en esta mi Nada.

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