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Hoy no me he levantado con mucho ánimo. El trabajo atrasado
parece no salir adelante como querría, las fuerzas flojean, la capacidad de
salir hoy un poco de mí misma es minúscula, todo parece más complicado, y
aquello a lo que hace días le daba una oportunidad, hoy, es una verdadera
carga.
Sin embargo, parar agotada unos instantes me ha llevado a Él, a
hacerle un hueco. Al principio confusa, agitada, enfadada por estar una vez más
en ese punto ya conocido de egoísmo, reproche, impotencia y fragilidad que me
hace tanto daño. Solamente con fuerzas para caer desplomada sobre sus brazos y
sentir al instante su abrazo. ¡Por fin! No sabía que podía llegar hoy un
momento así. Supongo que la experiencia de ser abrazada por gente que me quiere
hace que Dios se haga presente también y muy especialmente de esta manera.
Cierro los ojos y me quedo ahí, sin prisa: protegida, escuchada,
amada, perdonada. Con Él ha llegado el total silencio, la calma, de nuevo una
respiración pausada. Vuelve la paz. Porque Dios está ahí, en el propio
entendimiento, en la reconciliación, en esa pequeña palabra de aliento casi
imperceptible. Y es Él quien me dice:Necesito de ti, así, no lo dudes más,
no vayas más allá, te quiero (feliz si es posible), y pase lo que pase sigo
aquí.
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Elena
López
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