Rezar es departir con el Maestro,
es echarse a sus plantas en la yerba,
o entrar en la casita de Betania
para escuchar las charlas de su cena.
Rezar es informarle de un fracaso,
decirle que nos duele la cabeza;
rezar es invitarle a nuestra barca
mientras la red largamos a la pesca,
y mullirle una almohada
sobre un banquillo en popa a nuestra vera.
Y, si acaso se durmiera,
no aflojar el timón mientras Él duerma;
y es rezar despertarle si de pronto,
la mar se agita y pone fea.
Es rezar – ¡y qué rezar! – decir “te quiero”,
y lo es – ¡no lo iba a ser! – decir “me pesa”,
y el “quiero ver” del ciego,
y el “¡límpiame!” angustioso de la lepra,
la lágrima sin verbo de la viuda,
y el “no hay vino” en Caná de Galilea.
Es oración, con la cabeza gacha,
después de un desamor gemir “¡qué pena!”;
cualquier sincero suspirar del alma,
cualquier contarle a Dios nuestras tristezas,
cualquier poner en Él nuestra confianza…
…y esta vida está tan llena de “cualquieras”.
Todo tierno decir a Nuestro Padre,
todo es rezar…
¡y hay gente que no reza!
José I. Carreño,
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